lunes, 15 de junio de 2015

15/06/2015



A estas alturas me conozco bien, y sé que cada vez más a menudo me dejo llevar por mi soberbia. Sé que la dejo hablar por mí y que después del punto de euforia, me arrepiento. Pero y ¿qué hago si soy intensa y de extremos? Me cuesta mucho y muy caro a veces, pero me he aceptado así. Pero cuando ser así es a costa de hacerte daño, me duele. Me duele justo después de soltar la bomba, porque sé el daño que eso va a hacerte. Y de verdad que lo siento por todas las veces que mi prepotencia o que tenga un temperamento tan fuerte te han hecho daño. Siento no poder controlarlo aunque lo intento.
Lo que más me duele es volcar siempre todas mis frustraciones contra ti, y que siempre tengas que ser tú el que tenga que comerse lo tuyo y lo de los demás. Pero en parte sabías a lo que te exponías conmigo.
Eres mi persona, para bien o para mal, y supongo que esa es la respuesta a todo. Choco contra ti absolutamente todo porque sé que no te vas a mover de ahí, ni a desaparecer, ni a romperte. Sé que no vas a asustarte por ello, ni tampoco a sorprenderte. Choco porque sé que a pesar de todo, vas a seguir ahí, sin irte a ningún sitio. Y hacía mucho que no podía ser así con nadie, y siendo sincera creo que con nadie he podido ser así, ni dejarme ver como un libro abierto como contigo. Son las consecuencias de querer a alguien como yo.
Detesto hacerte sentir mal como ayer, que no entiendas de dónde vienen todas las malas palabras y las formas para nada justificadas. Siento ser demasiado brusca e hiriente contigo, porque precisamente por no irte, por quedarte siempre, eres la última persona con la que me gusta hacer eso.

Pero por otra parte, me parece comprensible que seas tú y nadie más. Cuando has estado enfadado conmigo has sabido dejarlo a un lado para abrazarme, has sabido respirar hondo y olvidarlo cuando te he necesitado conmigo. No sólo en lo malo, también has sido capaz de decir basta para no desaprovechar el poco tiempo que durante estos dos últimos años hemos estado juntos. Has puesto eso por delante, el quererme y el echarme de menos a estar molesto conmigo. 

Y si yo he sido capaz a hacer lo mismo, a saber apartar el mal humor y mi carácter a veces, es porque me has enseñado a hacerlo. Me has enseñado a respirar profundo antes de dejar salir a mis demonios. Te lo dije una vez, y después de la primera unas cuantas más: y es que me aportas la calma y la templanza que yo nunca he sabido tener. Sabes llevarme, aunque te cueste, y sabes desquiciarme y calmarme a partes iguales. Y nunca nadie antes se había molestado en comprender que a mí me cuesta un poco más que al resto eso de que no me pierda la boca y el hecho de calmarme y no dejarme llevar por mi carácter fuerte. Nadie hasta que tú llegaste se había parado a intentarlo siquiera. 

De verdad que lo siento. Sólo quiero que sepas que soy la primera que sabe cómo soy, y sé que soy una persona totalmente impredecible y demasiado excéntrica, demasiado intensa como he dicho ya y temperamental, alguien que le pierde la boca nada más abrirla y que lo de controlarse a la hora de hablar, y sobre todo, callarse algunas cosas de las que piensa es prácticamente imposible. Sé que soy difícil, pero también sé todas las cosas buenas que tengo, y sólo espero que cuando se den situaciones así, tú las recuerdes una a una, y siga mereciendo la pena. 

Sé el daño que puedo hacerte casi hasta sin querer, pero sabes que al hacerlo acabo saliendo yo peor parada. Me duele bastante más que a ti, créeme. Sólo quiero que seas feliz, y colaborar yo en ello. Hacerte reír todos los días que me quedan y que siga sin hacernos falta hablar para saber lo que sentimos. Que con el simple hecho de mirarnos o reírnos, sepamos lo que nos estamos diciendo. Tú le das magia y chispa a mi vida, a todos mis días. Me das todo lo que necesito y más de lo que podría pedir, a pesar de todo, y eso es lo que espero darte yo siempre. Te quiero. 


Más que ayer, menos que mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario