Si lo pensamos detenidamente, no somos nada. Nadie. Ninguna de las personas que viven en este mundo es más que un simple ser superfluo y perecedero del que dentro de unos años nadie recordará nada, a no ser que escribas una novela inmortal o hagas una película para la posteridad. Eso sólo lo consiguen unos pocos.
Los demás, entre los que me incluyo, sólo seremos alguien mientras sigamos respirando, y eso si llegamos a tanto.
Yo solía pensar como muchos otros que conseguiría algo definitorio que me hiciera perdurar aún después de mi muerte, conseguir algo grande, lo suficientemente importante como para vivir en la conciencia de los demás durante algo más que un instante. Pero la vida es eso. Un segundo de luz y oscuridad intercaladas que cuando acaba ya no deja rastro. Es mucho más sencilla de lo que nos parece, pero nuestros miedos, inseguridades y supuestas limitaciones la hacen tan sumamente insufrible a veces... no digo que sea sencilla, sólo que todos esos factores magnifican todo lo negativo que trae consigo.
Conceptos como la soledad o el amor suelen predominar en las vidas de todos nosotros. Con frases baratas y baja moralidad nos han convencido finalmente de que solos, sin una persona que nos ame y nos de los buenos días por las mañanas no podremos ser felices; que estar solo o soltero es una aberración que no puede llevarnos a nada más que a desdicha hasta que esa persona aparezca. Y aunque pensemos que no, aunque queramos negarlo, ya está dentro de nuestra cabeza. Y ¿qué pasa, que si no tenemos pareja ya estamos dañados o no merecemos las mismas cosas que la gente que sí la tiene? Paparruchas.
¿Qué pasa con la familia y los amigos? ¿Ellos no pueden hacernos sumamente felices? Claro que pueden, es más, suelen ser lo que más lo consiguen. La felicidad es demasiado ambigua como para intentar definirla. Cometemos el error de pensar que es un destino cuando en realidad la clave es el trayecto.
Un beso inesperado, un abrazo en el momento justo, un 'te quiero' de tus padres, un detalle vacío de materialismo y repleto de valor sentimental, un sol radiante por las mañanas...todo ello y muchas más cosas deberían bastarnos para serlo. Pero en vez de eso, preferimos martirizarnos pensando en la vida que nos gustaría tener y que no tenemos. Supongo que es más sencillo imaginar y planificar cosas que están en el aire que asumir que la vida que tenemos es esa que no siempre nos agrada. Pero es la que tenemos, y hay que saber apreciarla y cambiarla hasta que por fin pueda estar a nuestro gusto. Con sacrificio, paciencia y dedicación gran parte de las cosas que vemos imposibles o demasiado remotas se cumplen.
No soy el mejor ejemplo para predicar sobre esto último, yo, que me he pasado casi cuatro meses lamentándome y llorando por cuán distinta sería mi vida si una persona no hubiera sido tan egoísta. Bueno, pues lo ha sido. ¿Y? ¿Dormir más de la mitad del día o beber hasta perder casi el conocimiento va a hacerme olvidar? Claro que no. Lo único que he hecho es desperdiciar todos esos detalles de los que he hablado antes. Me he perdido innumerables amaneceres, he desperdiciado horas que podían haber sido mucho más fructíferas, puede que haya dejado pasar alguna que otra oportunidad de conocer a una persona nueva, no me he percatado de todo lo bueno que había en mi vida por lamentarme de lo que ya no está en ella. Puede que no sea la más indicada para hablar por una parte, pero por otra, como metepatas nata, sí que estoy en la obligación de avisar a otros de lo mucho que puedes llegar a perder o a dejar escapar por lamentos inútiles y por forzarte a ti mismo a olvidar algo que mientras lo intentas, más lo recuerdas.
Todo sucede por una razón, y lo único que podemos creer es que lo mejor ha de venir aún. Tener una mínima esperanza de mejora y tener paciencia para saber atraparla cuando llegue es lo único que tenemos. Todo lo demás es tan subjetivo que no se percata ni en el aire. Así que de parte de una persona que se ha cansado de atormentarse y compadecerse, vivid, porque nunca se sabe quién, qué o cómo algo puede sorprenderte.
Los demás, entre los que me incluyo, sólo seremos alguien mientras sigamos respirando, y eso si llegamos a tanto.
Yo solía pensar como muchos otros que conseguiría algo definitorio que me hiciera perdurar aún después de mi muerte, conseguir algo grande, lo suficientemente importante como para vivir en la conciencia de los demás durante algo más que un instante. Pero la vida es eso. Un segundo de luz y oscuridad intercaladas que cuando acaba ya no deja rastro. Es mucho más sencilla de lo que nos parece, pero nuestros miedos, inseguridades y supuestas limitaciones la hacen tan sumamente insufrible a veces... no digo que sea sencilla, sólo que todos esos factores magnifican todo lo negativo que trae consigo.
Conceptos como la soledad o el amor suelen predominar en las vidas de todos nosotros. Con frases baratas y baja moralidad nos han convencido finalmente de que solos, sin una persona que nos ame y nos de los buenos días por las mañanas no podremos ser felices; que estar solo o soltero es una aberración que no puede llevarnos a nada más que a desdicha hasta que esa persona aparezca. Y aunque pensemos que no, aunque queramos negarlo, ya está dentro de nuestra cabeza. Y ¿qué pasa, que si no tenemos pareja ya estamos dañados o no merecemos las mismas cosas que la gente que sí la tiene? Paparruchas.
¿Qué pasa con la familia y los amigos? ¿Ellos no pueden hacernos sumamente felices? Claro que pueden, es más, suelen ser lo que más lo consiguen. La felicidad es demasiado ambigua como para intentar definirla. Cometemos el error de pensar que es un destino cuando en realidad la clave es el trayecto.
Un beso inesperado, un abrazo en el momento justo, un 'te quiero' de tus padres, un detalle vacío de materialismo y repleto de valor sentimental, un sol radiante por las mañanas...todo ello y muchas más cosas deberían bastarnos para serlo. Pero en vez de eso, preferimos martirizarnos pensando en la vida que nos gustaría tener y que no tenemos. Supongo que es más sencillo imaginar y planificar cosas que están en el aire que asumir que la vida que tenemos es esa que no siempre nos agrada. Pero es la que tenemos, y hay que saber apreciarla y cambiarla hasta que por fin pueda estar a nuestro gusto. Con sacrificio, paciencia y dedicación gran parte de las cosas que vemos imposibles o demasiado remotas se cumplen.
No soy el mejor ejemplo para predicar sobre esto último, yo, que me he pasado casi cuatro meses lamentándome y llorando por cuán distinta sería mi vida si una persona no hubiera sido tan egoísta. Bueno, pues lo ha sido. ¿Y? ¿Dormir más de la mitad del día o beber hasta perder casi el conocimiento va a hacerme olvidar? Claro que no. Lo único que he hecho es desperdiciar todos esos detalles de los que he hablado antes. Me he perdido innumerables amaneceres, he desperdiciado horas que podían haber sido mucho más fructíferas, puede que haya dejado pasar alguna que otra oportunidad de conocer a una persona nueva, no me he percatado de todo lo bueno que había en mi vida por lamentarme de lo que ya no está en ella. Puede que no sea la más indicada para hablar por una parte, pero por otra, como metepatas nata, sí que estoy en la obligación de avisar a otros de lo mucho que puedes llegar a perder o a dejar escapar por lamentos inútiles y por forzarte a ti mismo a olvidar algo que mientras lo intentas, más lo recuerdas.
Todo sucede por una razón, y lo único que podemos creer es que lo mejor ha de venir aún. Tener una mínima esperanza de mejora y tener paciencia para saber atraparla cuando llegue es lo único que tenemos. Todo lo demás es tan subjetivo que no se percata ni en el aire. Así que de parte de una persona que se ha cansado de atormentarse y compadecerse, vivid, porque nunca se sabe quién, qué o cómo algo puede sorprenderte.